Vírgenes Medievales Hispánicas

2. La época anicónica

2.4. Los frailes francos

A finales del siglo V, Benito de Nursia, -que vivió en la Perugia italiana entre el 480 y el 547- inauguró una filosofía de la vida monástica organizada, basada en el sacrificio, la vida retirada y el trabajo para el sustento. Fue más una filosofía de vida que una religión, y su pensamiento estuvo más enraizado en la visión mágica del mundo que en la vida de Cristo. San Benito tuvo en vida fama de milagrero y taumaturgo: su fama como sanador y adivinador lo hizo famoso en las localidades por las que viajaba. Esta fama está reconocida incluso actualmente, con una Iglesia poco inclinada a dotar a sus santos de magia y adivinación. Esta filosofía de vida monástica -y extremadamente dura-se extendió desde Perugia a Francia e Hispania.

A principios del siglo IX, Benito de Aniano inició una reforma que, aunque estaba pensada inicialmente para un solo centro religioso, acabó extendiéndose a muchos centros seculares-religiosos por todo el territorio franco. Esta reforma representa el nacimiento oficial de los benedictinos o “frailes negros”, llamados así por el color de su hábito, dedicados a las prácticas de la religión bajo una misma regla. Fue esta reforma la que delimitó las diferencias entre el clero regular y el secular.

En esta orden, la Benedictina, se aunaron muchas tradiciones culturales: por un lado, fueron básicamente cristianos, pero conservaron los conocimientos y las tradiciones de las culturas clásica, merovingia y carolingia; fueron, además, evangelizadores del mundo celta y bretón durante los siglos VI y VII, por lo que también conocían bien sus tradiciones. Tanto compendio de conocimientos era una suma que, quien sabe, podría haber acabado siendo el motor de la preservación de la tradición clásica un poco al margen del cristianismo ortodoxo. Nótese que uno de los valores impulsados por Benito en esta reforma monacal fue la lucha contra el “adopcionismo”, corriente religiosa cristiana que negaba la divinidad de Cristo. El hecho de que erradicar esta creencia fuera un principio fundamental de su plan reformista hace pensar que debía estar muy extendida entre los integrantes de las comunidades religiosas antes de la implantación de la nueva regla.

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