Vírgenes Medievales Hispánicas

4. La gran expansión mariana

4.5. El relevo mariano

Hasta el siglo XII inclusive, sea en los municipios, los centros eremitas o los monasterios benedictinos, María había participado de los atributos de las diosas clásicas y de la fisonomía local en sus representaciones. Las vírgenes de encarnadura negra, los objetos que portaban las imágenes o las diferencias de sus rostros pueden atestiguarlo. Las imágenes no respondían a un dogma reconocible y parecen de culto local: son tallas muy pequeñas para lugares de oración y tan ausentes en su expresión que no interactúan con el mundo y se alejan de la realidad. En resumen, eran más diosas que madres.

A partir del siglo XIII, el nuevo paradigma se extendería por todas las capas del cristianismo: en la estructura clerical, en el rito religioso, en el dogma cristiano y también en una nueva María. Su aspecto externo se unificaría y adquiriría un carácter más universal: su rostro se idealizaría y se unificaría mediante los grandes talleres catedralicios. Empezaría a “moverse” y a contactar con el espectador o interactuar de manera humana con el Infante.

La vida humana de María, tan poco explicada por los evangelistas, aparecería en el relato religioso. En resumen, María se humaniza y pasa a ser más Madre que diosa. María comenzó a enseñar su larga cabellera, a mover sus mantos e incluso a sonreír Algunas imágenes que se realizan en ese momento, todavía conservarían algo de las viejas tradiciones, como la Virgen de los Arcos que, a pesar de sus hechuras de virgen en movimiento y de aspecto más moderno, se la realiza de encarnadura negra -fue blanqueada en 1940-, y muchas otras; pero la tendencia a la humanización es clara.

Y es cuando María se humanizó cuando adquirió relevancia su historia humana y entró en valor la imagen de su madre. Surgieron entonces las imágenes denominadas “de triple generación” compuestas por Jesús, María y su madre. La madre de la “Deigenitrix tomó su sitio en el santoral.

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