Vírgenes Medievales Hispánicas

6. Los símbolos

6.1. Madre-Hijo (I)

Uno de los aspectos que más llaman la atención en las imágenes medievales de mayor antigüedad es su fisonomía tan personal: tan distintas unas de otras y, a su vez, la gran semejanza entre la Madre y el Infante. Las imágenes religiosas modernas presentan rostros similares entre diferentes tallas, que responden a unos cánones de belleza y a una voluntad de representación de dulzura. En la Edad Media, la semejanza intencionada se limita a Madre e Infante; no parece existir, en cambio, cánones entre los rostros de diferentes imágenes que difieren, extraordinariamente, entre si. La semblanza generalizada de fisonomía entre imágenes comenzó en la baja edad media: fue una decisión estética derivada de una voluntad unificadora que se dio a partir del siglo XIII, y contribuyeron mucho a ella los talleres catedralicios que trabajaban para las grandes catedrales de entonces. Pero anteriormente no era así. En las esculturas románicas, la producción de carácter más local favorecía fisonomías muy diferentes entre sí, seguramente con una cierta semblanza local.

Los rostros de las imágenes medievales más antiguas comparten estas características:

- Diferentes fisonomías entre imágenes, que probablemente responden a las distintas fisonomías locales.

- Semblanza extraordinaria entre Madre e Hijo, que, a tenor de la continua discusión bizantina sobre la maternidad de María, puede representar que el Infante era, efectivamente, fruto de su madre.

- Hieratismo o muestra de falta de contacto con el exterior inmediato.

También se ha especulado mucho sobre el hecho de que, en muchas imágenes, el rostro del Infante es el de un adulto. Para algunos autores este hecho responde a la voluntad de pretender transmitir una personalidad madura del propio Infante, pero es posible también que el afán por esculpir al Infante tan parecido a la Madre acabara por mostrar un rostro de adulto.

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