4. La gran expansión mariana
4.1. Rey o Papa
“Ni Enrique IV de Alemania, ni Felipe I de Francia, ni tampoco Alfonso VI de León y Castilla podían sospechar que aquel hombre diminuto, el archidiácono Hildebrando, nombrado Papa en 1073 con el nombre de Gregorio VII, iba a intentar por todos los medios poner fin a la investidura laica” (PÉREZ GONZALES, Maurilio. Religión y política a finales del siglo XI: la Garcineida. Artículo de la revista Analecta Malacitana Electrónica, número 6. Universidad de Málaga).
En efecto, Gregorio VII tuvo la inequívoca voluntad de dominar políticamente Europa: “Al ver Gregorio el mal estado del mundo y entendiendo que solo el Papa podía salvarlo, concibió el vasto proyecto de una teocracia universal que abrazase en su seno a todos los reinos cristianos, teniendo los diez mandamientos de la ley de Dios como base política y al Papa presidiendo la teocracia” (ALZOG, Johannes Baptist. Historia eclesiástica o adiciones a la Historia general de la Iglesia. Librería Religiosa Vicente de la Fuente -Barcelona, 1855).
Para ello, debía cristianizarse Europa de manera cohesionada: María era el estandarte diferenciador del pueblo cristiano y de su identidad. Y esta identidad se construyó, en gran parte, desde la “diferencia” con “el infiel”. El Islam era, también, una religión abrahámica y de Dios único, pero la gran diferencia era que no tenía “Madre de Dios”. La Iglesia de Roma apostó entonces fuertemente por María. Es el momento de la eclosión y el inicio de la rápida producción y expansión de las imágenes marianas.
La Iglesia cristiana de Roma apostó por el poder temporal. El pontífice Bonifacio VIII justificó la necesidad de este poder mediante el “Unam Sanctam” (1302): “[...] existen dos gobiernos, el espiritual y el temporal, y ambos pertenecen a la Iglesia. El uno está en la mano del Papa, y el otro, en la mano de los reyes; pero los reyes no pueden hacer uso de él más que por la Iglesia, según la orden y con el permiso del Papa. Si el poder temporal se tuerce, debe ser enderezado por el poder espiritual [...]. Así pues, declaramos, decimos, decidimos y pronunciamos que es de absoluta necesidad para salvarse que toda criatura humana esté sometida al pontífice romano”. Con este ambicioso objetivo se apostó por la unidad: se unificaron ritos -del mozárabe al gregoriano-, órdenes religiosas -de Cluny al Císter- y el concepto de María -de diosa local a Madre universal-.