Vírgenes Medievales Hispánicas

2. La época anicónica

2.2. Els islam y el cristianismo

"Dos siglos tardaron los romanos en apoderarse de España, un siglo les costó a los godos y dos años emplearon los sarracenos".Estas palabras de Balderas Vega nos dan una idea de la poca resistencia que ofreció no ya el ejército visigodo, sino la propia población peninsular ante el avance musulmán. Efectivamente, la invasión musulmana se inició en el 711, se decidió ese mismo año en la batalla de Guadalete y para el 714 estaba prácticamente finalizada. A modo de simplificación, diremos que España fue musulmana durante los tres siglos siguientes (hasta principios del siglo X, la Hispania “goda” no se extendía más al sur de Palencia, y la antigua capital, Toledo, se recuperó en 1085). Hasta entonces, a pesar de lo que a menudo se repite, los períodos de paz fueron más habituales que los de guerra.

Los grupos no musulmanes se concentraron en el norte. Por un lado, estaba Asturias, que, tras la victoria de Covadonga (722), se proclamaron en reino sucesor del visigodo. Asturias era “un reducto de nueve cabras salvajes” a decir de las crónicas musulmanas, pero esa zona resistió la islamización y, con el tiempo, se extendería por el territorio y llegaría a dar lugar al Reino de León.

Otra zona de poca islamización fue la pirenaica. Allí se creó la “marca hispánica”, que, al margen de las discrepancias actuales de si formaba, o no, una demarcación administrativa, fue de inequívoca influencia franca y quedó al margen de la islamización general. La propia distribución de las imágenes lo atestigua, como veremos. El noreste ya era más cercano a la zona franca que a la tierra visigoda, y la llegada del Islam no hizo sino reforzar esta relación. El Sobrarbe, la Ribagorza y el Pallars, por ejemplo, compartirían obispados con Narbona y Toulouse, y, por ende, estarían plenamente en la órbita carolingia.

Al margen de estas dos zonas, el resto de la Península se islamizó. Si bien el Islam fue una religión protegida por los nuevos soberanos, tanto judíos como cristianos podían convivir con permisividad y en cierta armonía. De hecho, las crónicas atestiguan buenas relaciones entre el clero cristiano y las autoridades musulmanas; no en vano, se han constatado la permanencia e incluso la nueva construcción de iglesias y monasterios en territorio islámico. En lo concerniente a María, fue objeto de la misma permisividad y respeto. Algunos teólogos islámicos, como Ibn Hazm en el siglo XI o Ibn Arabî y Al-Qurtubi en el XIII, le reconocen la santidad por su sumisión al Señor, máxima virtud islámica, y la denominan “Sayyidatuna Maryam”, “Nuestra Dama María”, mostrándole una gran veneración. Incluso, citan a Jesús a través de su epíteto materno: “Isa Ibn Maryam”, “Jesús, hijo de María”.

Se ha fabulado mucho sobre la persecución islámica al cristianismo porque fue narrada por escritores cristianos que buscaban adeptos para las cruzadas. La ofensiva realmente extrema y violenta fue la de Almanzor, en el año 1000, contra los reinos cristianos de León, Pamplona y los condados catalanes pero, en general, hubo mucho tiempo de paz, y el retroceso del cristianismo fue pausado, progresivo y natural, y no impuesto por el nuevo poder político.

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