2. La época anicónica
2.6. De terrenal a celeste
Las diosas pre-cristianas de la Península habían sido en su mayoría terrenales, es decir, diosas cuyos atributos giraban mayoritariamente alrededor de los ciclos vitales terrestres: la reproducción, el fructificar y la muerte. Las divinidades masculinas habían estado más bien ligadas a los aspectos celestiales: los rayos, la luz, los truenos etc.
Unas y otros pertenecían a religiones mistéricas, en las que existía un conocimiento de la verdad pero solamente podían alcanzarlo unos pocos iniciados.
En María se aúnan distintas tradiciones. Por una parte, María es celeste y madre de un dios cuyo reino "está en los cielos", y por otra parte, el aspecto de las primera imágenes, ausentes, oscuras y asociadas a lugares concretos de la naturaleza, parecen querernos recordar a las diosas terrenales pre-cristianas.
Esta voluntad de recuerdo de diosas terrenales pre-cristianas se advierte en los nombres de la naturaleza de sus advocaciones, en los lugares donde aparecen las imágenes de María, ---siempre en una cueva, un río o bajo tierra--- y en su relación con los astados que las encuentran.
Vale la pena recordar aquí, que esta escenografía de cueva, astados y pastores en un ambiente de deidad se repite nada menos que con Jesús, que nació en una cueva, acompañado de un buey y al que visitaron pastores y magos.
Así mismo, la tipología de personajes que realizan el hallazgo de las imágenes, según todas las leyendas, -pastores, gente humilde- podemos ver la ligazón de María con el pueblo llano y sus vidas y cuitas alejada, inicialmente, de toda connotación política o de poder. Insistiremos en ello más adelante.
Siempre existió cierto antagonismo entre las religiones celestiales y las religiones terrenales, porque las primeras requieren más fe y las segundas más conocimiento, si bien el carácter mistérico de las religiones terrenales hacia indispensable un poco de fe, estaban centradas en una proyección de lo observable de la naturaleza. Este hipotético antagonismo puede intuirse, también, en el pasaje bíblico del pecado original, en el que la gran falta del hombre consiste en comer del "árbol de la ciencia". Este pasaje, en el que nunca participó María -solamente Adán y Eva- es, curiosamente, el pasaje que evocará la teología cristiana para denominar a María como la "nueva Eva", antagónica a la primera que incitó al "pecado original" Por ello resulta extraño que cuando las advocaciones de María tenían tanto significado, se le concediera el título de "santa": ni más ni menos que cualquier otro santo de la cristiandad. María no nació en la grandeza, sino que se fue haciendo grande a medida que la cristiandad evolucionaba y la cristiandad exigía a los teólogos cristianos tener "su diosa".
María habría nacido humilde, casi terrenal, y con el tiempo se volvió totalmente celestial. El cristianismo romano siempre quiso desligarla de su pasado terrenal y hacerla aparecer como divinidad celestial desde sus inicios como si su suma de lo anterior la desmereciera en algo: falta de fe, sin duda. Nadie puede atribuirse el inicio de aquello que dice no tenerlo.