1. El Substrato
1.6. El triunfo del cristianismo
Hasta que el Imperio se cristianizó, la clase dominante había sido la patricia senatorial, practicante de cultos mistéricos. Desde su oficialidad, el cristianismo se consolidó, rápidamente, como poder político. En palabras de Sánchez Dragó, “no serán los Reyes los que bajen a las catacumbas sino que serán los obispos los que se instalarán en los cargos palatinos”. (SÁNCHEZ DRAGÓ, Fernando. Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España. Libros Hiperión - Madrid, 1978). El hecho de que la nueva élite social fuera cristiana fue uno de los motivos de la rápida y extensa difusión del cristianismo.
En Bizancio se definiría la teología de la nueva religión mediante distintos concilios, y, desde allí, muchas de las figuras más preeminentes pasarían a ocupar altos cargos en Occidente. En lo que concierne al pueblo llano, la nueva ideología, social, aparentemente caritativa y de relato mucho más fácil de entender desde la perspectiva humana, que las complicadas relaciones de los dioses mistéricos, tuvo una muy buena acogida.
La receta fue exitosa: el cristianismo entraba por la “puerta grande” de la élite política, su poca exigencia en lo intelectual -debido al dogma-gustaba y calaba con rapidez, y, por si fuera poco, bien por ósmosis, bien por estrategia, incorporó tradiciones anteriores que hacían de la nueva religión algo cercan, casi conocido y, por ende, cómodamente asimilable. Finalmente, en el 415, se prohibieron los cultos mistéricos y se llevó a cabo una especie de “desamortización” de los santuarios paganos. Algunos santuarios mistéricos fueron destruidos, pero fueron los menos: la gran mayoría simplemente se cristianizaron. Con la Biblioteca de Alejandría desaparecida, y la Escuela Neoplatónica de Atenas acorralada y en declive, el mundo clásico pasó a una suerte de clandestinidad. Era el triunfo definitivo de la nueva ideología.
A pesar de todo, este triunfo inequívoco afectó poco a María, que se mantuvo como centro de duros debates teológicos durante mucho tiempo. Unos debates que, por supuesto, se circunscribían a la élite, mientras que el pueblo no participa en ellos. Fueron “discusiones bizantinas”, tanto en el sentido local de entonces como en el literal actual. El pueblo, por tanto, continuaba cómodo con sus diosas. La posterior incorporación de María, se debería a la teología, por un lado, y a la necesidad que de ello tendría un pueblo habituado a una diosa madre, por el otro. O, quizá, la configuraría la teología por la voluntad que tenía el pueblo de tener una diosa.
Izquierda: Retrato Imaginario de Hypatia, miembro y cabeza de la Escuela Neoplatonica; Autor: Rafael de Urbino. Detalle del lienzo "La Escuela de Alejandría". Derecha: Icono bizantino Siglo V. Fuente: Public domain, Wikimedia Commons